“¿Ustedes se aman? Los bendecimos”, rezaba el cartel colgado en una parroquia alemana el pasado 9 de mayo. Cientos de curas católicos desafiaban así al Vaticano y a un comunicado reciente emitido por la Congregación para la Doctrina de la Fe en el que se afirmaba que el matrimonio homosexual era un pecado y que Dios no podía bendecir este tipo de uniones. Y es que cada uno interpreta o reinterpreta las cosas a su manera y en este caso parece que no hay que amar a cualquier prójimo sino al prójimo adecuado. Sin embargo, y según diferentes historiadores, la postura de la Iglesia con respecto a la homosexualidad no siempre habría sido la misma. El primero en levantar polémica fue el investigador de Yale John Boswell con libros como ‘Cristianismo, Tolerancia Social y Homosexualidad’ (1980) o el posterior ‘Las bodas de la semejanza. Uniones entre personas del mismo sexo en la Europa premoderna’. En estos estudios que muchos han tildado de erróneos, Boswell sostiene que los cristianos antiguos no estaban demasiado preocupados por la vida íntima de los demás y que incluso existía la ‘adelfopoiesis’ o ‘pactos de hermanamiento’, es decir, uniones entre personas del mismo sexo que se celebraban ante un cura, testigos y símbolos cristianos.
Los críticos de Boswell aseguran que estas uniones no tenían un carácter sexual sino más bien económico o administrativo, aunque no parece que nadie fuera por la noche a comprobar qué hacían o dejaban de hacer los hermanados cuando se quitaban las calzas. Para el experto en Historia Medieval de la Universidad de Cantabria Jesús Ángel Solórzano Telechea, esta especie de matrimonio gay primitivo se explica “porque los pecados de lujuria se fijaron en la época de la reforma eclesiástica entre mediados del siglo XI y el XII”. Fue a partir de esta fecha cuando el placer pasó a considerarse algo malo. Primero pecado y después delito gracias a la fina línea que había entre los gobernantes terrenales y los espirituales. El primer fuero en España que condenó las relaciones homosexuales fue el de Cuenca en el 1190 y en él se establecía la pena de muerte en la hoguera para aquellos que “se viciaran por el ano”. No se vayan a despistar con lo del ano pensando que el frotamiento entre dos vulvas no estaba penado, también hubo denuncias por lesbianismo, la única diferencia es que no se consideraba que las mujeres fueran seres demasiado sexuales y además no tenían pene, ¿qué iban a hacer entonces?
La sodomía era un delito, un pecado contra natura y un vicio nefando que se podía condenar con la muerte por castración o en la hoguera, el destierro, la confiscación de los bienes y desde luego la infamia. Y por supuesto, se acusó a los homosexuales de todos los males que se cernieran sobre la comunidad, ya que su conducta malsana atraía el castigo divino sobre todo el pueblo. Pero ojo, que esto fue en la Edad Media y ha llovido mucho. La postura actual de la Iglesia es que la homosexualidad es una patología, una enfermedad que se puede curar, por eso mantienen con cierto sigilo las terapias de reconversión. Según el teólogo y actual obispo de San Sebastián José Ignacio Munilla, la Iglesia respeta a los homosexuales que luchan por mantenerse castos pero condena la práctica de la homosexualidad.
Hay dos formas de llegar a la homosexualidad, afirma Munilla, a través de la pornografía o a través de una “inadecuada configuración de la personalidad durante la adolescencia y de unas inadecuadas relaciones familiares durante la pubertad”. Sostiene que ahora que ya se sabe que la enfermedad no es hormonal, sería más bien “una especie de neurosis”. Pero no se lleven tan rápido las manos a la cabeza que lo explica sin fisura. “Un homosexual puede haber tenido una relación tormentosa con su padre y se refugia en la madre a veces con ribetes eróticos”. Él no conoce ni un solo gay “que se haya salido de esta tipología”. Y ya no digamos cuando hay una relación tormentosa entre el padre y la madre y la mujer “se refugia en el hijo buscando una intimidad que con su marido no puede tener y se desahoga con el hijo”. Vamos, Eva, la manzana y el origen del pecado una vez más. Somatizar, eso es lo que te convierte en maricón, y tu madre, claro.
El problema de la homosexualidad es que por su naturaleza niega la creación de la vida, como los condones, la masturbación y los métodos de planificación familiar. Y la Iglesia es muy de defender la vida. “¿Ustedes se aman? Los bendecimos”. “Así es como debe ser: Queremos celebrar y bendecir el don del amor con todos los que se aman, todas las parejas, amistades, relaciones amorosas. Todos los que reflejan el colorido del amor de Dios en sus vidas”, rezaba la pancarta con la que los cientos de clérigos alemanes explicaban su postura. Pues eso.