Follar no es un derecho. Hay cosas que es lamentable tener que explicar a estas alturas pero no, puedes masturbarte si te viene en gana y hay un universo fantástico de juguetes sexuales que te pueden sacar de cualquier apuro, pero ninguna mujer tiene el deber de satisfacer tu deseo sexual. Por si las moscas, tenemos derecho a la vida, a la asistencia sanitaria (ojo con esto porque no pasa en medio mundo) y a que la vecina no abra nuestras cartas, pero el derecho de pernada desapareció hace un tiempo y tampoco es aconsejable tirar tus excrementos a la calle por la ventana. Sería gracioso si no fuera escalofriante, aunque parece que entre una cosa y otra solo hay un paso. En un capítulo memorable de Friends porque en él aparece Brad Pitt, se desvela que el guaperas que de niño había sido gordo y el pobre Ross que siempre fue un pringado fundaron en el instituto el club ‘Odio a Rachel’. Marginados y ansiosos por gustar, establecieron una asociación para criticar a la chica que no les hacía caso (también difundieron el rumor de que Rachel tenía un micropene, pero ese es otro tema). Ahora imaginemos que en lugar de dos pardillos son millones compartiendo sus miserias en un foro. Resentidos por lo que creen que se les niega deliberadamente, comparten su aversión hacia las chicas guapas (que llaman Stacys) y los tíos que se las ligan (a los que denominan Chads). Pues esto, amigos, existe. Hombres heterosexuales y blancos que viven en el primer mundo, claro, y que se hacen llamar ‘incels’, célibes involuntarios.
Resentidos y deseando ser lo que no son, precisamente lo que critican, combinan el victimismo y el odio en un discurso que, por lo que sea, ha calado. El término en realidad fue acuñado por una mujer canadiense que creó un foro en el que las personas, hombres y mujeres, que se sentían solos o incomprendidos, pudieran compartir experiencias y consuelos. Se le fue de las manos, y como cuando unos neonazis revientan una manifestación, ‘incel’ es hoy una especie de subcultura misógina y violenta sin dos dedos de frente que encuentra cobijo en una parte oscura de internet conocida como manosfera.
El verdadero problema llegó cuando uno de estos muchachos decidió salir de su cuarto en California y dejar de hacerse pajas para matar a seis personas. Grabó un vídeo antes, claro (el vídeo que no falte) en el que echaba la culpa de su vida de mierda a las mujeres, a todas, porque según parece nunca ninguna le había hecho caso. “Ellas dieron su cariño, sexo y amor a otros hombres, nunca a mí. No sé por qué no os atraigo a vosotras, chicas, pero os voy a castigar por ello… Finalmente veréis quién soy de verdad, el ser superior, el auténtico macho alfa”. Este sociópata se ha convertido en una suerte de héroe o ‘caballero supremo’ y su cara ha sido impresa en camisetas a lo Che Guevara. Sentó escuela porque en 2018, otro tipo ofendido con las féminas asesinó a 10 personas en Toronto y dejó un mensaje en Facebook asegurando que la “revolución incel” hacía comenzado, “derrocaremos a todos los Chad y Stacys”.
Estos célibes involuntarios que piden al Estado que les garantice su derecho mediante la legalización de la violación o la redistribución del sexo usando prostitutas o robots (también estamos ojipláticos) han despertado una especie de extraña empatía. Medios como el New York Times animaban a la reflexión para entender si parte de la esencia de sus reivindicaciones podría tener sentido. La respuesta es no, no puedes violar, no puedes incitar a la violencia y no puedes matar gente. Puedes llorar en tu casa, cascártela o dejar de ser un loco hijo de puta, seguramente sea esa la razón por la que no folles, no tiene nada que ver con tu cara. Lo del robot dependerá de tu habilidad con la ingeniería.
Imagen de portada: fotograma de la serie Friends