¿Se imaginaba la Karina que alcanzó el segundo puesto en Eurovisión en el 71, la que intentaba ir acompañada a las reuniones con los altos cargos de la industria para evitar esas miradas de “te achucharía”, la que temía estar haciendo algo malo si un chico le rozaba la mano, hablar de erotismo y sexualidad a estas alturas? “¿Por qué no? Forman parte de la vida y hay que hablar con naturalidad de ello”. La jovencita cándida de preciosa melena y enormes ojos azules que deslumbró a la España de los 60 y 70 con un chorro de voz dulce y temas tan pegadizos que ya forman parte del imaginario colectivo de varias generaciones es hoy una mujer de 74 años que ha pasado de chica ye-yé a instagramer, porque a Karina no hay moda que se le escape. Con una imagen a medias entre la modernidad y la eterna inocencia, la muchacha jienense educada en la sociedad nacionalcatólica del franquismo tuvo que lidiar, como todas las de su generación, con la falta absoluta de educación sexual, con el miedo, el machismo y los prejuicios. Para saber quiénes somos no hay más camino que conocer de dónde venimos.
“No se hablaba de sexo. Ni en casa, ni en la escuela, incluso entre amigas era un tema tabú. Hasta tal punto que la menstruación era algo que había que esconder mucho, tenías que quedarte en casa al menos los dos primeros días”, cuenta. No se trataba de su madre, “ella era comprensiva”, era todo lo demás, una cultura diseñada para hacerte sentir vergüenza y miedo de tu propio cuerpo. Los curas te recomendaban una ducha de agua fría si por casualidad tu cuerpo se permitía algún anhelo. “La vida ha cambiado, mis hijas, que tienen ahora 38 y 31 años, ya han tenido otra educación y otra información”. Ella, dice, ahora lo recuerda “casi con ternura, era entre triste y cómico. Si algún chico te rozaba la mano o la mejilla pensabas ‘ay, Dios, mío, ¿estaré haciendo algo malo?’”.
La industria del espectáculo que conoció al poco de mudarse a Madrid en el 59 era más liberal pero no menos machista. “Los altos cargos eran todos hombres, las únicas mujeres que había eran secretarias. Pero yo era rabiosamente joven y con mucha ilusión y a veces no le dabas a las cosas toda la importancia que tenían, o se la quitabas”. También se percató en sus viajes y giras por el extranjero de la opinión que el resto del mundo tenía de los españoles. “Nos veían como personas atrasadas y de hecho, en muchas cosas, lo estábamos. Por eso los que querían estar más en la onda se iban a ver películas o a reunirse fuera de aquí, a Francia o a Londres”.
No hablar de sexo, carecer de información desprejuiciada de calidad y no saber lo que te vas a encontrar cuando al final llegue el momento trajo más de un disgusto. “Yo he sido tímida, soñadora y he idealizado mucho el amor”. Su primer encuentro sexual, ya casada con su primer marido, fue “traumático”. “Aquello fue duro en muchos aspectos y no lo recuerdo con demasiado agrado. Después sí que ha habido momentos bonitos”. El silencio impuesto tampoco ayudaba. “Se podía hablar de estas cosas pero con muy pocas amigas porque corrías el riesgo de que te tacharan de fresca”. Cuarenta años nos ha costado incorporar al lenguaje cotidiano palabras como sororidad o feminismo. “Todos tenemos derecho a la libertad y a la información, sobre todo para poder elegir”. Que no nos la vuelvan a robar, ni la voluntad, ni el placer ni la esperanza.