“En el puerto de Gijón ahí andaba Rambal, por las noches de hembra, por el día chaval. Bromas, sexo y delito, verdadera bondad. Mucho más que un marica, un héroe nacional”, canta Pablo und Destruktion en ‘Rambalín’. Un homenaje, uno de tantos, al vecino que siempre echaba una mano, “al asistente social del barrio” (como indica Miguel Barrero, autor de 'La Tinta del Calamar', una de las obras mejor documentadas sobre su vida, el crimen, y el mito que sobrevive), al transformista que se vestía de folclórica y entonaba por Marifé de Triana, a la figura entrañable que formó y conformó la identidad de un barrio de pescadores, chigres y putas, al precursor que jamás escondió su homosexualidad en una España donde serlo te conducía en el mejor de los casos a la marginalidad y en el peor al psiquiátrico, la cárcel o la muerte, al protagonista de uno de los peores capítulos de la crónica negra asturiana, al maricón que se convirtió en leyenda.
Alberto Alonso Blanco nació en 1928 en la parte más antigua de Gijón, Cimavilla, y se convirtió en Rambal por su parecido con el actor Enrique Rambal, estrella de la película ‘El mártir del calvario’. Cimavilla no era entonces el barrio turístico que es hoy, sino una zona obrera donde la miseria campaba a sus anchas, la misma miseria que teje redes de seguridad y de alegría. Solo allí Rambal era Rambal. “No estaba en política ni se significaba de ningún modo desde un punto de vista social o político; era una figura domesticada. Dentro del mundo homosexual de Gijón ayudó a crear una conciencia colectiva y sin ningún tipo de conciencia política. Lo hacía porque él entendía que tenía que ser así, que en el fondo es muy político, pero él no lo pensaba así", explicó Barrero en declaraciones recogidas por el diario.es.
La noche del 19 de abril de 1976 Rambal fue asesinado en su casa. Los vecinos alertaron del fuego en su vivienda, en el número 4 del campo de las Monjas, hoy Arturo Arias. Lo mataron a puñaladas y prendieron fuego luego para ocultar las pruebas. Los habitantes de Cimavilla reunieron el dinero suficiente para llenar de coronas la iglesia. Con Franco aún caliente, la Transición dando sus primeros pasos, un ambiente revuelto entre los que caminaban para salir de la negrura y los que se empeñaban en resucitarla, la ausencia de un culpable en un crimen repleto de pruebas dio pie a las más variadas teorías de la conspiración.
Se habló de oscurantismo en la investigación, se dijo (y se sigue creyendo) que los asesinos podían estar vinculados o protegidos por altos cargos del régimen, la policía señaló a dos vecinos de la ciudad que frecuentaban el barrio sin llegar a detener a nadie, 45 años después el caso aún no se ha resuelto.
Este artículo es solo un granito de arena minúsculo en un mar de obras que recuperan la memoria del Rambal, un hombre que, según canta Rodrigo Cuevas en una canción tan hermosa que es casi un poema, “era la madre que lo parió”. Alberto Alonso Blanco fue color en la España gris, la España del nacionalcatolicismo, de los toros, el puro, la misa de doce, la mujer en casa y el hombre, hombre (porque ya se sabe que si no lo repites dos veces puede venir el coco del afeminamiento a por tus testículos). Nos quitamos el sombrero ante tal ostentación de libertad.