Ya lo dijo Lady Botella, una pera es una pera y una manzana una manzana, no vayamos a hacernos lío. Y este brillante razonamiento fue el preludio de un cambio, un canje más bien, que terminó de explicar Manuel Fraga, “la homosexualidad es una anomalía… las personas que nacen así porque los cromosomas se equivocan tienen derecho a un cierto reconocimiento”. Vamos, que tampoco hace falta pasearlos de madrugada o gastar el dinero público en electrochoques a diestro y siniestro, que todos conocemos a alguien así, que algunos hasta son de buena familia y de derechas de toda la vida (como el apolítico de Berlanga), que nosotros tenemos que aceptarlos a ellos y ellos concedernos que son diferentes, raritos. No pasa nada por ser gay pero tampoco hay que ir pregonándolo. Te cambiamos el maricón de mierda de toda la vida (que dejamos reservado solo a ciertos ámbitos como el deportivo, el escolar o el neonazi) por el homosexual mesurado. Todos bien sentados, con la ropa que corresponde y sin andar perdiendo aceite. Ser gay, vale, pero ¿parecerlo? Por favor…
“Que a mi me gusten los tíos no me hace maricón”, le discute un tipo a otro en Twitter, que “depende de la actitud”, le explica, “hay mucha diferencia entre gay y maricón”. Y así cuenta de forma amable lo que también relataba hace un par de años un tal Eduardo Lorenzo en un diario de empresarios gallegos. “El fenómeno de la homosexualidad ha pasado de estar perseguido con leyes que lo sancionaron y con encarcelamientos, a veces indiscriminados, a ser un fenómeno poco menos que intocable y completamente equiparable en derechos a una familia tradicional”. Empieza suave, porque pasa luego a hablar de pedofilia, bestialismo e incesto, para sostener después que “tenemos que aceptar un desfile anual pululando lo grotesco, lo carnavalesco, con engendros, andróginos y estrógenos con patas, las locas de toda la vida”. Y es que, concluye, “una cosa es el homosexual discreto y respetable y otra muy distinta el maricón ostentoso”.
Aunque no seas normal debes parecerlo, así se resume el cambio. Cómo se ha producido es aún más interesante. El primer registro escrito que encontramos de maricón es de 1517 y se encuentra en la Comedia Serafina de Bartolomé Torres Naharro. “Al demoño do el garzón qu'en topando con la moza no s'aburre y la retoza como rocín garañón. Todas ellas cuantas son m'an dicho qu'esto les prace y al hombre que no lo hace lo tienen por maricón”. Y así lo definía el diccionario de Covarrubias en 1611, “el hombre afeminado que se inclina a hacer cosas de mujer”. Maricón se utilizó entonces y durante muchos años para atacar al hombre que no empotraba a cualquier señorita, se dejara esta o no, allí donde la encontrara, al que no enyesaba paredes ni te alicataba el baño (o lo que se hiciera en el 1600). Débil, el marica o maricón era una María, una mujer cualquiera. Pobre hombre. No fue hasta finales del siglo XIX cuando comenzó a asociarse maricón con sodomita, antes llamado simplemente puto, para convertirse luego en puto maricón, más gráfico.
Y luego pasó, de manera casi imperceptible. Avanzan los derechos sociales y resulta que un día ya no tienes que aguantar que tu marido salga de casa y vuelva oliendo a pachuli, que ya te puedes divorciar, que puedes abrirte una cuenta en el banco sin el permiso de un hombre y que te puedes acostar con alguien de tu mismo sexo sin el temor a que aporreen tu puerta a los dos de la madrugada porque un vecino te ha denunciado. Y pasan los años y algunos hasta vuelven de la marina para contarles a sus padres que son gays mientras las parejas jóvenes se atreven a besarse por la calle y a plena luz del día, ¡habrase visto! Con Franco no pasaba, obvio, pero tranquilos, que aún te pueden pegar una paliza en el metro sin que nadie mueva un dedo. “Señores, no estén tan contentos (…) porque aunque haya muerto el bastardo la puta que lo parió está de nuevo en celo”, dijo Bertolt Brecht tras la derrota de Hitler. Tómatelo como quieras pero ármate con una boa de plumas y proclama bien alto que de homosexual respetable nada, que como dijo Miguel de Molina, “maricón, que suena a bóveda”.
Foto propiedad de la FAGC relativa a la primera manifestación de liberación homosexual en Barcelona.