El erotismo que tu libro esconde. Las mejores escenas de sexo de la literatura

El erotismo que tu libro esconde. Las mejores escenas de sexo de la literatura

“Desabotonó la parte delantera de su blusa y la abrió para dejar al descubierto su pecho, su pezón empujado hacia afuera, vuelto hacia arriba como la nariz del más bello animal nocturno, olisqueando la noche. Él lo tomó entre sus labios y chupó su sal”. Este extracto del libro ‘The Shape of her’ de Rowan Somerville ganó en 2010 el premio a la peor escena sexual de ficción concedido anualmente por la revista Literary Review. Porque en la literatura, como en la vida, el sexo puede ser animal, excitante, sucio o húmedo, pero también anodino, grotesco o tan exagerado que caiga en lo ridículo.

¿Es difícil retratar el sexo resultando al mismo tiempo erótico y convincente? Sí. Como muestra. “Me corrí de repente, una sacudida que vacío mi cabeza como una cuchara rebañando el interior de un huevo cocido” (Las benévolas, Jonathan Littell) o “agarra mis brazos y pone su lengua en mi centro, como un gato chupando un plato de crema con el objetivo de no desperdiciar ni una gota”. Cierto que cada uno tiene sus fantasías, aunque a priori los huevos cocidos y los gatos no casan demasiado con nuestro ideal amatorio. Sin embargo, igual que el amor es más intenso en una novela de las hermanas Brontë que en First Dates y es más Londres el de Dickens que el del Instagram de tu amigo fotografiándose en cada cabina roja que encuentra, también el sexo ocupa pasajes con los que te alegrarás de necesitar una sola mano para sujetar el libro.

La narración que excita es a veces la que te pone contra las cuerdas, la que apela a fantasías oscuras, la que incomoda o contradice tus principios. Por muy turbador que resulte el ‘Lolita’ de Nabokov, la belleza que esconde es incomparable. “Ella gritó con una súbita nota chillona en la voz, y agitó el cuerpo, y se contorsionó, y echó atrás la cabeza, y mi boca quejosa, señores del jurado, llegó casi hasta su cuello desnudo, mientras sofocaba contra su pecho izquierdo el último latido del éxtasis más prolongado que haya conocido nunca hombre o monstruo”.

Algo parecido pasa con ‘Las Malas’ de Camila Sosa Villada, devastador, hermoso, terrorífico. “Cubro con la campera la evidencia de mi priapismo, vuelvo a casa pero me es imposible dormir. Cuando parece menguar el efecto, me relajo y ya estoy por dormir, pero al menor roce se reactiva la erección. Así que me masturbo, una vez, y otra, y otra, hasta el cansancio. Recurro a la memoria de todos mis amantes, los convoco con la memoria, experimento horas y horas con mi pene en la mano, ese oscuro objeto del deseo por el que los clientes se enojan tanto y patalean y lloran y ruegan, hay que ver cómo ruegan esos maridos insatisfechos por este pene que tengo ahora entre mis  manos y que estrujo para vaciarme el efecto de la maldita pastilla(…) Hay que ver cómo ruegan por la noche en silencio cuando sueñan con este pene que yo ahora estrangulo exprimo mientras aprieto los dientes. Hay que ver cómo ruegan por llevárselo a la boca y metérselo bien adentro en el culo, y sentir que es una mujer quien los penetra, quien les provoca ese dolor, quien les provoca ese deseo”.

Ningún artículo que hable sobre fornicios literarios puede prescindir de Bukowski. En primera persona, con prosa directa, explícita y sin remilgos. O te pone por las nubes o te deja frío. “Puse su mano en mi verga y le subí el camisón. Empecé a jugar con su coño. ¿Katherine con un coño? Se erigió el clítoris y lo acaricié con ternura, una y otra vez. Finalmente, la monté. Mi verga entró hasta la mitad. Era muy estrecha. Moví hacia delante y atrás y luego empujé. El resto de mi verga penetró. Ella me apretó. Me moví y seguía apretado. (…) Entonces desistí de complacerla y simplemente la jodí, poseyéndola viciosamente. (…) Era como violar a la Virgen María. Me corrí. Me corrí en su interior, agonizando”, (‘Mujeres’ De Bukowski). Para contrarrestar tanta franqueza, algo más bucólico. “Pensar en ti me abre las piernas como un caballete con un lienzo suplicando arte” (Rupi Kaur).

A menudo se recurre a metáforas, figuras poéticas o elipsis para contar sin nombrar. A Cortázar, la libertad para aludir directamente a dos cuerpos que se encuentran le llegó con ‘Libro de Manuel’: “... respondiendo desde su gemido a la boca que subía por sus muslos, a las manos que los apartaban para ese primer beso profundo, el grito ahogado cuando mi lengua alcanzaba el clítoris y nacía esa succión y ese coito diminuto y localizado”. Aunque ya antes había conseguido describir el placer de forma inmejorable con el más bello y erótico lenguaje inventado. “Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes”. Si escribir se parece a un orgasmo, como decía Ángel González, leer(nos) te procurará unos cuantos.

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