¿Por qué nos gustan las tetas?

¿Por qué nos gustan las tetas?
Sara Martínez 27/4/2022

Recuerdo las tetas de mi abuela y la sorpresa de encontrarlas. Dos bultos en un regazo menudo que palpé impresionada. Qué sería aquello ¿michelines? “La abuela nunca usó sujetador”, y así creyó mi madre que quedaban zanjadas mis dudas. Ochenta años y 10 hijos, pienso ahora que no sé cómo el mejor sujetador del mundo podría haber mantenido erguido aquel pecho. El caso es que mi refugio eran aquellas tetas, y las de mi madre, admirablemente redondas, acogedoras, tan grandes que aún hoy son capaces de borrar cualquier miedo. Asilo y cobijo. Empezaron después a proliferar tetas como setas a mi alrededor. Asomaban vergonzosas haciéndose notar bajo las camisetas de mis compañeras de clase coincidiendo con el tema sobre la reproducción que estábamos viendo en ‘Conocimiento del medio’. La primera a la que le salían sentía cierto bochorno y la última también, aunque por motivos distintos. Y ya no eran cobijo cuando algún crío lidiaba con su nueva fascinación al grito sordo de ‘hace un calor que te torras’ (chistaco).

Las tetas gustan, atraen, eso está claro, y bien sea porque son un símbolo de fertilidad, como señalaba Darwin, porque la evolución ha hecho su trabajo y la fijación comenzó en el mismo momento en el que nos pusimos erguidos y copulamos de frente dejando en segundo lugar al culo (que sería el principal reclamo sexual cuando vas a cuatro patas), o porque la cultura y la moda han convertido los melones al aire en objeto de veneración y pajas, las tetas tienen un poder insólito. Alimentan, excitan, escandalizan, decoran habitaciones adolescentes y protagonizan sueños húmedos y furibundos debates en Twitter.

Pero el caso es que no siempre gustaron el mismo tipo de tetas, porque aunque Playboy nos mostrara enormes pechos que desafiaban la gravedad y Pamela Anderson corriera con una talla 100 por las playas de California, en Roma, por ejemplo, los pechos perfectos “no debían desbordar el tamaño de la mano masculina" y así lo dejó escrito el poeta Marcial. Las mujeres vendaban entonces sus pechos para aplastarlos, moda que volvió a resurgir con los corsés renacentistas que acompañaban consejos tan demenciales como este: "Para lograr que los senos pequeños permanezcan de ese tamaño y para reducir los que son grandes, tomar las principales vísceras de una liebre (corazón, hígado, bazo, pulmones), picarlas y mezclarlas con una parte igual de miel. Aplicar en forma de cataplasma sobre los pechos y las zonas circundantes y renovar la aplicación en seco".

Ya en el siglo XX, algunos científicos se propusieron explicar por qué a unos les gusta la teta que mano no cubre y a otros la teta que cubre mano. Y al respecto el psicólogo inglés Hans Jürgen Eysenck relacionó la preferencia por las tetas grandes con una personalidad extrovertida y la debilidad por las pequeñas con un carácter introvertido. Otro estudio más reciente sostiene que los hombres con un nivel social más bajo o hambrientos desean pechos más grandes que los de mayor nivel social. Por resumir, lo que dicen es que si acabas de zamparte un entrecot al punto te inclinarás por unas tetas más pequeñas que si llevas dos semanas a dieta de zumos (científicos no somos, pero también nos suena raro).

El caso es que ahora, con tantas tetas por doquier, podríamos pensar que enseñar una, a estas alturas, es tan moderno como los macarrones con chorizo o soltar ‘a mí toda esta música me suena igual’. Pero el caso es que no hace tanto que en Australia, por ejemplo, se censuraron imágenes de modelos adultas con pechos pequeños aduciendo que alentaban la pederastia. Y en Camerún y otros países de África, las propias madres colocan objetos calentados al fuego sobre el pecho de sus hijas adolescentes para evitar que se desarrollen y que puedan ser entonces acosadas o violadas.

No todo el campo es orégano pero todas las tetas deberían ser fuente de placer y consuelo, para acariciarlas, perderte en ellas o reposar cuando todo se vuelva negro.

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