Mujeres, risas, masturbación y mucho sexo, ¿todo empezó con Sexo en Nueva York?

Mujeres, risas, masturbación sexo en Nueva York Carrie Bradshaw

Sí, era escandalosamente frívola, y sí, también se la puede acusar de machista, poco creíble (¿quién puede llevar esa vida de lujo en la ciudad más cara del mundo?), de abusar de estereotipos, de retratar una falsa prosperidad, de falta de diversidad racial y de todo lo que se nos ocurra. Pero en ‘Sexo en Nueva York’ se hablaba sobre sexo, y mucho. Y por primera vez no lo hacían ellos. Cuatro mujeres alrededor de una mesa hablando de sus escarceos, de sus encuentros sexuales, de lo que esperaban y de lo que tenían. No eran adolescentes decidiendo con quién iban a ir al baile, ni tampoco madres que quedaban después de dejar a sus hijos en el colegio para criticar a sus maridos y cuchichear de las vecinas mientras intercambiaban recetas de cocina. Era mujeres con más de treinta, solteras, trabajadoras (más o menos), sin hijos y con una vida sexual activa. Esa fue su transgresión.

Nos dieron algunos de los mejores gags de la historia de la televisión, alta comedia. Sí, no nos hemos vuelto locos. Muchos de ellos inspirados en historias reales que habían vivido sus guionistas. Miranda descubriendo que la señora que limpiaba su casa había cambiado su vibrador por una imagen de la Virgen, Carrie sentada en el baño proponiéndole a su nuevo affaire sustituir la lluvia amarilla que él le pedía por un poco de té caliente, o Samantha diciéndole a su ligue ocasional que su semen tenía un sabor espantoso. ¿Quién no empatiza con Carrie cuando el escritorucho de tres al cuarto la deja mediante un post-it? Y que levante la mano la que no haya querido salir corriendo a comprar un conejito rampante después de ver el placer y la adicción que le provoca el suyo a la dulce Charlotte (si te pasó, no eres la única: el simpático vibrador saltó al estrellato después de la emisión de ese capítulo).

Eran los años 90, y por primera vez se podía ver en prime time (de pago, por supuesto) a cuatro mujeres adultas hablando sobre el placer femenino. Y ahora viene algo aún más sorprendente: la ficción tenía vocación de llegar a un público masivo. ¿Lo consiguió? Más de veinte años después de su estreno seguimos hablando sobre ella, así que solo por aventurarnos digamos que sí. Su fuerza no estaba tanto en las tramas como en los diálogos, rápidos y certeros. Y así, sin moralinas, con mucha gracia y sin prejuicios rompieron tabúes como la masturbación femenina, los vibradores, el orgasmo, el aborto, el cáncer o la maternidad.

Ellas hablaban de todo, y entre ‘cosmopolitans’ y diálogos desinhibidos y aparentemente insustanciales, abrieron la puerta a temas que nunca se habían tocado en la ficción televisiva. La elección de no ser madre. El aborto como un derecho de las mujeres, legal, voluntario y sin arrepentimientos ni traumas. Y la otra cara de la moneda: la imposibilidad de serlo, las frustraciones y las tristezas de la maternidad deseada que no llega. El cáncer de mama, la sacudida emocional y física, el tratamiento y sus consecuencias, la pérdida del pelo, la falta de apetito sexual, el miedo.

Es injusto valorar una serie desde la óptica actual del #MeToo, pero 'Sexo en Nueva York' cambió las reglas y contribuyó al cambio. Había vida en la televisión antes de Juego de Tronos. “Bienvenidos a la era de la pérdida de la inocencia. Nadie desayuna en Tiffany´s, y nadie tiene romances inolvidables. Más bien desayunamos a las 7.00 de la mañana y tratamos de olvidar nuestros affaires lo más rápido posible”. ¿Sucumbió luego la serie al mito del amor romántico? Por supuesto, pero ese primer capítulo es historia de la pequeña pantalla. Cuatro amigas, muchas risas y mucho sexo, sin remordimientos. Esa fue la revolución, aunque ahora parezca increíble.

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