Sara Montiel, el sexo y la vida de la manchega eterna

Sara Montiel, el sexo y la vida de la manchega eterna
Sara Martínez 7/7/2022

En un lugar de La Mancha y con más nombres que Froilán vio la luz María Antonia Alejandra Vicenta Elpidia Isidora Abad Fernández el 10 de marzo de 1928. Nació en la miseria y solo algunos la llamarían Antonia, porque ella fue Sara, Sarita, Saritísima, la primera gran estrella internacional del cine español, la primera en llegar a Hollywood, la gran diva de un mundo que ya no existe pero del que ella fue indiscutible reina. ‘De familia humilde’ es solo un eufemismo para no decir que eran más pobres que las ratas, mujer, pobre y analfabeta, destinada a envejecer prematuramente limpiando casas ajenas o de labriega para algún amo. Y amo es precisamente, dicen los que la conocieron, la palabra que más detestaba. Por eso no tuvo ninguno. Ojos grandes, profundos, piel blanca, boca entreabierta, pelo negro, guapa guapísima y consciente de su belleza, no es la modestia atributo propio de diosas. Según explicó Pilar Bardem en el ‘Imprescindibles’ que le dedicó a la Montiel TVE, si actriz ya era sinónimo de casquivana, ser un mito erótico, un icono sexual a la manera de Marilyn o Rita Hayworth, era en España ser prácticamente una puta.

Aún menor de edad conoció al dramaturgo Miguel Mihura, “que no era moco de pavo”, dijo mucho tiempo después en una entrevista. Veintitrés años mayor que ella, inauguró su época de grandes amores cuando aún memorizaba los guiones con una alfabetización muy primaria. Fue precisamente Mihura quien alentó su deseo de salir de España en busca de papeles protagonistas. Y fue un acierto. En México no solo se convierte en una actriz cotizada rodando nada menos que 13 películas, también se relaciona con intelectuales españoles en el exilio, muy especialmente con el poeta León Felipe, quien, según confesó ella misma, le enseñó a leer y a escribir con soltura.

Nada achantaba a Sara, que tenía muchos defectos pero no le faltaba coraje, y en el 54 llega a Hollywood haciendo patria para rodar con Gary Cooper y Burt Lancaster, alternar con James Dean, hacerle huevos fritos con ajos a lo manchego a Marlon Brando y para darse un revolcón y aprender a fumar puros con Hemingway. “Era como un toro”, escribió en unas memorias de enigmático título: Sara y el sexo. En Estados Unidos hace tres películas y conoce a su primer marido, el director Anthony Mann. ¿Fue Severo Ochoa el gran amor de su vida? Eso juró, y no tenemos ninguna razón para dudarlo. Puede que la vida de la actriz esté adornada con retazos de una imaginación desbordante, pero ¿sería raro que el Nobel asturiano hubiese caído rendido a los pies de la manchega? Decididamente no. Si hubiese conocido el término, se hubiese llamado a sí misma sapiosexual.

Con el éxito de El último cuplé, dirigida por Juan de Orduña, regresa a España. “En todas partes cayó como una avalancha y en todas partes triunfó. ¿Quién, en un caso así, querría volver a hacer de india?”, afirmó luego. Se volvería a casar tres veces más, aunque el segundo matrimonio casi no cuenta. Dos meses duró su unión con José Vicente Ramírez, exactamente hasta que él quiso que dejara el cine. A ella con órdenes, precisamente, que trabajó como una leona para hacer siempre lo que le diera la gana. Fue con Pepe Tous con quien formó una familia adoptando a sus dos hijos. No dudó la Montiel en hacer público algo profundamente íntimo. "He tenido 11 abortos. El último, a los 51 años. Intenté parir, pero no pude. Hubo una vez que casi lo logré en 1959, cuando ya tenía una panza enorme de ocho meses, pero me caí al salir del estudio de mi marido (Anthony Mann), en nuestra casa de Los Ángeles. A las cuatro horas empecé a sangrar", contó en una entrevista de la época.

Aunque en sus últimos años fue carne de prensa rosa y programas del corazón, esa caricatura de anciana extravagante en la que quisieron convertirla no borra nada. Lo que fue, es. Y en aquella España de la Sección Femenina en la que se trabajó con ahínco la frigidez femenina equiparando placer a pecado, aquel país en el que la mujer debía encontrar toda su felicidad en el apego al hijo, al marido, a la casa y la cocina, Saritísima se atrevió a mostrar más que los pies, la cara y los brazos hasta el codo (las únicas partes consideradas “honestas”). Lejos de encarnar a la esposa y madre perfecta personificó a la mujer fatal, la seductora de voz grave, susurrante, y escote de infarto. ¿Mandaba poner una media delante de la cámara para que no se le notaran las arrugas? Qué más da, (aunque sería fantástico). Cuenta Pilar Bardem una anécdota que la retrata, salían las dos de tomar algo en un hotel de Madrid cuando dos señoras al reconocerla dijeron “mira, la Montiel, ¡qué guapa está!, y ella, dándose la vuelta, contestó: no estoy, soy.

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