Érase un hombre a un pene de acero pegado

Érase un hombre a un pene de acero pegado

Érase un hombre a un pene pegado, érase un elefante boca arriba (¿o no era así el poema?); bueno, en cualquier caso, si los japoneses conocieran a Quevedo también tunearían su mordaz sátira porque no podría encajar mejor con una de sus más famosas y extravagantes celebraciones. Demonios castradores, vergas gigantes, dulces, ilustraciones y todo tipo de merchandising en honor a los genitales masculinos. Una gran romería en la que los adultos no se pasan de mano en mano a una inocente criatura para que toque el manto de la virgen, sino que todos, grandes y pequeños, familias enteras, festejan el poder del pene como símbolo de fertilidad. Porque si tiene nombres mil el miembro viril, en el Kanamara Matsuri también adopta mil formatos distintos.

La mentalidad sintoísta poco o nada tiene que ver con la occidental. Su religión, a diferencia de la judeocristiana, no entendía el sexo o el desnudo como algo pecaminoso. Para regular la moral nipona llegaron los soldados estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial, contribuyendo así a crear una manera de entender la sexualidad controvertida para los que miran desde fuera. Su industria del sexo o fūzoku’ mueve millones de dólares, la prostitución está prohibida aunque solo se entiende como tal la penetración y, según los últimos estudios, los jóvenes nipones tienen cada vez menos interés en el contacto físico real.

Sin embargo, esta especie de libertad con pinzas se mantiene viva en muchas de sus tradiciones. Para muestra, el Festival del falo de acero, o de metal (según quién lo traduzca). Alrededor del templo Kanayama, donde antaño oraban las prostitutas rogando protección frente a las enfermedades de transmisión sexual (a falta de mejores métodos de prevención no hay estudios sobre la efectividad de estos rezos), ahora se celebra una procesión con altares portátiles que portan enormes penes. Cuenta la leyenda que algunas jóvenes casaderas escondían en sus zonas íntimas malévolos demonios que castraban al hombre en la noche de boda, una vagina 'dentata' en toda regla que arrancaría de cuajo cualquier cosa que osara abrirse paso. Como solución, un herrero habría diseñado un falo de metal indestructible que le rompiera los dientes al demonio, acabando así con el delicado y doloroso peligro.

Hoy, con genitales por doquier, entre tragos de sake y bolas de arroz, se celebra no solo la fertilidad, también el sexo seguro. Por eso, buena parte de los ingresos se destinan a la lucha contra el VIH. Si te pilla mal coger un vuelo e irte hasta Japón ahora, celebra el día del pene con alguno de los juguetes que la marca nipona Tenga ha diseñado en su honor. ¿Hay mejor manera de honrarlo que darle una alegría? Como escribió Diego Medrano en 'El clítoris de Camille', “A veces le doy las gracias a mi polla. (…) Ella que nunca protesta por nada. Ella que está de acuerdo con todo. Ella que vive adosada a mí como una estatua, como un pincel en busca del color, y no hace tanta gimnasia, ni mucho menos, como quisiera o estaría realmente dispuesta a hacer”.

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