“Josefina. No te laves. Voy”. Claro y conciso. Según la leyenda, así avisaba Napoleón Bonaparte a su amada de que regresaba de alguna contienda. Y es que lo cortés no quita a lo valiente y el pequeño emperador, dicen, era un devoto de los olores corporales almizclados. ¿Friqui, pervertido o un marrano de tomo y lomo? La respuesta es fetichista y aunque los más escépticos hayan puesto cara de asco, el fetichismo, es decir, la atracción o deseo sexual por una prenda, parte del cuerpo, olor o cualquier otra cosa fuera de lo convencional o normativo, es más corriente de lo que muchos puedan llegar a creer. Solo en lo que se refiere al sentido del olfato existe una gama de lo más extensa, la ozolagnia o gusto por los olores fuertes, el renifleurismo o la excitación producida por el olor a orina, la olfactofilia u osmolagnia que vendría a poner nombre a la pasión de Bonaparte por el olor de los genitales, y el más ‘light’ de todos, la antolagmia o deseo producido por el aroma a flores.
Aviso a los puritanos, no os llevéis tan pronto las manos a la cabeza que casi no hemos empezado. A nadie escandaliza la pasión desmedida de Tarantino por los pies femeninos o la fascinación de Hitchcock por las rubias porque según decía “son las mejores víctimas, son como la nieve virgen que muestra las huellas de sangre”. El genio del suspense tenía algún que otro problema. Cierto es que hay fetiches más benignos que otros, la salofilia (amor por el sudor, la saliva, el semen o el flujo vaginal), la tricofilia (amor por el pelo) o la altocalcifilia (amor por los tacones altos), no hacen daño a nadie, aunque no es menos verdad que hay grados, no es lo mismo acariciar u oler el pelo que envolver el pene con el cabello y masturbarte (no te juzgamos). Satisfacer otros caprichos, no obstante, puede llegar a poner en peligro la integridad de las personas y es aquí donde establecemos el límite entre fetichismo y parafilia.
Fetichismo y parafilia, ¿es lo mismo?
Según la RAE, fetichismo y parafilia son estrictamente lo mismo, una desviación sexual. Sin embargo, no son pocas las voces disidentes que sostienen que la parafilia tiene una connotación de peligro de la que carece el fetichismo, porque, ¿se puede considerar lo mismo el gusto por el látex que la vorarefilia o canibalismo sexual? Nuestros lectores más más mayores recordarán con un estremecimiento al ‘caníbal de Rotemburgo’. Que sí, que tampoco bajó a comerse al camarero del bar de abajo, tuvo unos modales impecables. Puso un anuncio que no ofrecía duda alguna sobre sus intenciones. Por no entrar en detalles perturbadores, finalmente un muchacho curioso accedió a ser devorado para vivir la experiencia de su vida. ¿Es esto igual que excitarse con una bicicleta? Que por cierto es algo lo suficientemente habitual como para tener nombre propio, mecanofilia.
Psychopathia sexualis, es el primer libro dedicado íntegramente a las fijaciones sexuales o parafilias. Publicado en 1886 y escrito por el neurólogo Richard von Krafft-Ebing, aunque fue concebido como libro forense para médicos y jueces, se convirtió pronto en éxito de ventas y dicen que ganó el primer lugar entre los libros favoritos de Oscar Wilde. No nos extraña, viendo que cuenta cosas tan curiosas como “la adoración de las partes del cuerpo separadas, o incluso de los artículos de vestir, sobre la base de los impulsos sexuales, nos hace evocar, con frecuencia, la glorificación de los objetos santificados en los cultos religiosos”. O como esta anécdota de un profesor universitario detenido por correr desnudo por Berlín, “el impulso de correr con los genitales al aire también le sobrevenía con frecuencia en estado de vigilia, igual que en los sueños. Cuando se disponía a exhibirse le invadía una sensación de calor y luego echaba a correr sin rumbo alguno. El miembro viril se le humedecía con secreciones, pero no alcanzaba la erección. Por fin, una vez terminada la carrera, volvía en sí. Cuando se hallaba en tales condiciones de excitación le parecía estar en un sueño, como embriagado".
¿Es el fetichismo algo propio de la sexualidad moderna? “Un joven procedente de una familia bastante distinguida… que visitaba con frecuencia el templo, se enamoró de la diosa por funesto azar (…) Al Final, las tensiones violentas de su pasión se convirtieron en desesperación y descubrió la audacia como alcahueta de su lujuria. En efecto, un día, cuando ya se había puesto el sol, se deslizó en silencio sin que lo vieran los presentes detrás de la puerta y se ocultó en el interior del templo… esas huellas de los abrazos amorosos se advirtieron cuando llegó el día y la diosa tiene esa mancha como comprobación de lo que sufrió”. Este extracto de ‘Amores’ o ‘Erotes’ de Luciano de Samosata nos habla del que sea, quizá, el fetichismo más antiguo del que se tiene constancia, el amor desmedido por las estatuas o agalmatofilia. Más allá de culturas, religiones, modas y épocas, los fetichismos siguen ahí, estaban cuando llegamos y ahí proseguirán cuando cerremos la puerta, aderezando el deseo, escandalizando a todos.