“El amor es ilegal, pero el odio no. Puedes odiar en cualquier parte y a cualquier persona. Pero si quieres algo de ternura, un hombro sobre el que llorar, una sonrisa a la que abandonarte, tienes que esconderte en lugares oscuros como un criminal”, decían en la genial película de Billy Wilder (Irma la dulce, 1963). No podía ser más cierto. Hay que decir que el cine ha tenido una relación de lo más esquizofrénica con el sexo. En 1896 la sociedad americana puso el grito en el cielo cuando los Estudios Edison filmaron el primer plano de un beso en The Kiss. El beso que, por cierto, no puede ser más casto y menos erótico, resultó ser poco menos que porno duro a finales del siglo XIX.
En un siglo han convivido la censura, el erotismo velado y las escenas de sexo sin ton ni son. Otro día hablaremos de la rubia eterna y del striptease de guante más famoso de todos los tiempos, pero hoy vamos a rebobinar algo menos. En los 90 todos sabíamos que cualquier película, literalmente cualquiera, tendría al menos una escena de sexo en el momento más inesperado. Da igual que fuera un drama, una epopeya épica, una comedia o un thriller, el revolcón era ineludible, aunque no viniera menos a cuento. Los contratos estipulaban el tiempo que una actriz debía mostrar sus pechos e incluso hubo orden de dibujar a la pobre Ariel “más follable”. Ni la sirenita escapaba de la perversión de algunos ejecutivos.
El sexo era natural (más o menos) y, aunque a veces se metiera con calzador, era una forma de ver escenas de alto voltaje socialmente aceptada. Mención aparte merece ese momento familiar de incomodidad máxima cuando en la tele aparecía el revolcón de turno; eso, sin duda, te prepara para la vida. Ahora bien, muchas de esas escenas han traspasado la pantalla convirtiéndose en lugares comunes que ya forman parte del imaginario colectivo de varias generaciones.
Las escenas eróticas más memorables del cine
A ritmo de ‘You can leave your hat on’ se desarrolló uno de los bailes eróticos más recordados del cine. A pesar de que la trama era regulera y que la película tuvo incluso nominaciones a los Razzi (como los Óscar pero premiando a los peores actores, directores y películas; o sea, como los Óscar), la relación entre un yuppie dominante (Mickey Rourke) y una galerista de arte masoca (Kim Basinger) encumbró a sus protagonistas a la categoría de mitos eróticos. Nueve semanas y media (1986) abrió el camino hacia lo que vendría en los 90.
¿Quién no se acuerda? De madrugada, y bajo una luz tenue, Molly (Demi Moore) se pone a moldear un jarrón con el torno colocado entre sus piernas, Sam se despierta y aparece con ganas de echarle una mano. Sus manos se tocan embadurnadas ya por el barro. La escultura se fue al carajo, desde luego, pero nunca volvimos a ver la alfarería con los mismos ojos.
Y llegamos al número uno de las escenas eróticas por excelencia. Un punzón de picar hielo, un asesinato y un interrogatorio en el que la única que se divierte es ella, la sospechosa más sexy que se ha visto nunca en una comisaría de mala muerte. Antes de que ocurra ya lo sabemos. No lleva ropa interior. La tensión aumenta, ¿lo hará? ¡Claro, si son los 90! Sharon Stone y el cruce de piernas que cortó la respiración al mundo. Taquillazo mundial y clásico instantáneo. Estaba claro.
“Píntame como a una de tus chicas francesas”, le dice Rose a Jack. Y así lo hace. Tumbada en el sofá, totalmente desnuda y con el collar azul al cuello. La tensión, la mano trazando las líneas y la mirada de DiCaprio por encima del cuaderno revuelven a cualquiera. Después, claro, la mano que golpea el cristal empañado. La huella delatora de lo que ocurría dentro del coche. No vimos nada, pero lo intuimos todo.
Quedan muchísimas pero el tiempo se acaba. Después vendría el nuevo siglo y con él Hollywood renunció al sexo, o casi. Debieron pensar, si ya se puede ver en internet sin ir a una sala de cine ¿pa’ qué? Pero el sexo sigue estando en todas partes, los cuerpos que estén desnudos, pero sin tocarse, esa es la filosofía. Ellas dispuestas al sexo y ellos como si acabaran de practicarlo, esa es la estética actual. No vemos chicha por ningún lado y cuando la vemos es violenta, antinatural o gélida. Según la industria americana, un adolescente puede ver todo tipo de violencia física y verbal, pero nada de sexo. Las películas para menores de edad pueden contener hasta tres ‘fucks’ siempre que ninguno de ellos se refiera a ‘follar’. No vayan a educarse pensado que el sexo es más natural que la violencia.