¿Amigas románticas? ¡Y un cuerno! Bolleras empotradoras y a mucha honra

¿Amigas románticas? ¡Y un cuerno! Bolleras empotradoras y a mucha honra

En julio de 2019, apenas dos días después de la manifestación del Orgullo, un hombre se acercó a una pareja de lesbianas sentada en la terraza de un bar en Barcelona con su hijo de cuatro años. Siempre motivado por el bienestar del infante, claro, primero lo tocó, quizá para cerciorarse de que lo que estaba viendo era cierto. Cuando una de las madres le preguntó al desconocido que qué hacía, el hombre se lo explicó amablemente. "Vuestro hijo, ¿de qué? No es normal que tenga dos madres, bolleras de mierda, pobres niños, hijas de puta, comecoños". Y luego, ya más calmado, les espetó un “os mataré, bolleras”. Y es que joder, dos tías en una terraza y encima con un niño suyo, ¿eso cómo se hace? ¿Dónde estaba ahí el inseminador? De dónde salió ese chaval, a ver, porque de comer coños no se puede… ¿o sí? Hay mucha gente confundida por ahí, mirándose el pene y no sabiendo ya qué papel desempeña en este sindiós.

No es fácil, los maricones e invertidos han existido siempre. Unos enfermos, otros viciosos, pues oye, se les trata o se les encarcela según el caso y listo. Pero ¿estas tías de dónde salen? La naturaleza de las lesbianas no tiene razón de ser. El papel de una mujer es estar en casa, hacerle la comida a este señor, tener sus hijos y proporcionarle desahogo sexual, como mucho, puede tener una amiga con la que escribirse o con la que quedar para hacer cosas de mujeres. Eso vale, pero ¿acostarse juntas? ¿Quién penetra a quién? Esto es lo que ha conseguido tanta liberación y tanto feminismo. Y es que, como pasa actualmente en Irán con la homosexualidad, que no tienen “ese fenómeno”, en el mundo occidental tampoco había lesbianas. Las mujeres son seres sentimentales, no sexuales. Las relaciones son una tarea más del matrimonio, como coser botones o hacer el caldo. Señoras que se empotran, que disfrutan tocándose, que gimen de placer sin un hombre al lado, ¿en qué cabeza cabe?

Por eso no hace tanto, las bolleras eran “amigas románticas”. Incluso en el contexto del matrimonio, no se veía con malos ojos que una mujer pudiera tener una amiga íntima. El concepto estaba tan extendido entre las clases altas europeas que hasta se aceptaba a medias que dos amigas compartieran vida y techo. Total, ¿qué iban a hacer? Algo parecido pasó en la España franquista, si las mujeres eran invisibles su deseo sexual ni se concebía. Por eso muchos vecinos se alegraban de que la tímida muchacha de enfrente solo recibiera la visita de amigas, todo muy decente.

Y cuando a duras penas empiezan ellos a saber dónde está el clítoris resulta que las malditas sáficas les llevan años de ventaja. ¿Amigas románticas? Y un cuerno. Es verdad que el idioma español no es tan rico en términos para definir a las lesbianas como lo es a la hora de nombrar a los maricones (truchas, comealmohadas, soplanucas, bujarrones, sarasas, sodomitas, locas…), pero cuando el armario se abrió también estaba lleno de palabras para ellas y, curiosamente, la mayoría están relacionadas con la comida. Si en España se utiliza bollera y tortillera, en Colombia son areperas, en Venezuela cachaperas, y en Perú torteras o panaderas. Félix Rodríguez González, catedrático de la Universidad de Alicante y autor del Diccionario gay-lésbico, sostiene que, aunque haya diversas teorías: “la tesis más plausible apunta a que en las sociedades hispanas la mujer es quien suele hacer las tortillas. Primero aplasta la masa suavemente de arriba para abajo con las palmas de la mano casi abiertas. Después pasa la masa de una palma a otra cambiando la posición de la tortilla hasta freír o dorar los dos lados por igual. Esta imagen visual sin duda se asemeja a la de dos mujeres que tienen relaciones sexuales alternando de posición y situándose una encima de la otra. Más aún si consideramos la tortilla como una comida caliente, como el calor de la pasión sexual”.

Lo más valiente para luchar contra un término ofensivo es apropiárselo, y eso han hecho ellas, las bolleras que tienen que explicar a su hijo de cuatro años por qué un señor cavernario las ha amenazado violentamente para que ese niño, de mayor, comprenda que su pene no gobernará el mundo.

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