Lejos del mundo sin sida que se imaginó Vito Russo: "Venceremos a esta enfermedad de mierda"

Lejos del mundo sin sida que se imaginó Vito Russo: "Venceremos esta enfermedad de mierda"

“Cuando las generaciones futuras pregunten qué hicimos en la guerra deberíamos decirles que estuvimos luchando aquí. Y cuando venzamos a esta enfermedad de mierda, entonces viviremos para echar a este sistema de mierda para que no vuelva a suceder”. Vito Russo se estaba muriendo cuando pronunció este discurso. Frente a la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos), se convirtió una vez más en la cara visible de una protesta que pedía a la agencia reguladora agilidad en las pruebas y testeos para que los medicamentos contra el sida llegaran cuanto antes a una comunidad que ya no tenía tiempo. La historia de Vito, contada magistralmente en el documental del mismo nombre dirigido por Jeffrey Schwarz, es la historia de un activista incansable, pero también el retrato de una época que debería ruborizarnos, por lo heroico y por lo abyecto. Carismático, cálido e inteligente, a Russo le gustaba ser el centro de atención. Él mismo cuenta cómo se sintió cuando no fue capaz de decirle a un profesor que era homosexual, cómo fue testigo de la revuelta de Stonewall sin implicarse, “me asusté, pensé que eran una panda de locas que nos iban a meter en problemas”, cómo cambió de opinión cuando la redada fue en un bar que él frecuentaba y cómo reaccionó políticamente convirtiéndose en uno de los primeros y más vociferantes miembros de la Alianza Activista Gay.

Los setenta fueron liberadores y convulsos. Se celebraron las primeras manifestaciones del Orgullo, la comunidad LGTBI alzó la voz para reclamar los derechos que le habían sido vedados, se fracturó el movimiento con disputas internas. ¿Quién estaba más discriminado? Los hombres blancos homosexuales se pusieron al frente de un colectivo que mantenía en el último escalafón a las mujeres, a los negros y a los transexuales. La diferencia de clases y de medios era tan apabullante como lo es hoy en día, las injusticias y privilegios intrínsecos al sistema se amontonaban. Cada uno siguió su camino con mayor o menor fortuna. Russo dedicó buena parte de la década al activismo cultural trabajando en 'The Celluloid Closet', un libro vital para comprender cómo la industria del cine ha tratado la homosexualidad desde sus inicios.

La igualdad de derechos no era ni mucho menos efectiva, pero se alcanzó algo parecido a la libertad sexual. Al menos ya no tenían que esperar a la noche para buscar otros cuerpos en los malolientes camiones que durante el día transportaban la carne. Y de pronto la gente comenzó a enfermar. Con síntomas de neumonía y con el cuerpo cubierto por llagas y manchas provocadas por el sarcoma de Kaposi las muertes desataron la histeria y el pánico. Pero no moría la gente correcta, morían los homosexuales y después los yonkis y las prostitutas, por eso la administración Reagan no movió un dedo. El Gobierno no intervino, no destinó fondos para la investigación, no habló del tema. Los medios, la encomiable prensa americana, contribuyó masivamente al sensacionalismo más amarillista extendiendo la idea de ‘cáncer gay’ y estigmatizando a la comunidad homosexual. Muchos enfermos murieron sin atención médica, rechazados por los hospitales y por su entorno, despedidos de sus trabajos y expulsados de sus casas condenados por dos plagas, la de una enfermedad sin nombre y la de unos rumores que aseguraban que podías contagiarte con un simple apretón de manos o compartiendo el mismo aire que un infectado.

Cuando finalmente Reagan pronunció por primera vez la palabra ‘sida’ en un discurso ya habían muerto más de 25.000 personas. Russo regresó al activismo de calle, fue uno de los ocho fundadores de GLAAD (Alianza Gay y Lésbica Contra la Difamación) y de la Act Up, una coalición para visibilizar el sida y promover la investigación y la asistencia a los enfermos. “Contar que tienes sida es como salir del armario, cuanta más gente lo haga más gente comprenderá cuál es el problema”. Quizá la imagen que más ilustra su lucha no es la del Vito subido a una plataforma, debilitado y enflaquecido, clamando contra las autoridades para conseguir medicamentos rápidos y a un precio asequible, sino la de un Russo en pantalones cortos con las piernas llenas de lo que algunos consideraban las manchas de vergüenza cuando la única deshonra estaba en los que con una mueca de indiferencia o asco decidieron mirar para otro lado.

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